¿Por qué no un salón “Made in Spain” con lo mejor?
Este mes, París ha acogido su certamen anual Made in France. Tomemos ejemplo y creemos uno aquí.
“Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron.”. Michel de Montaigne
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Cada vez son más las voces que denuncian la obsolescencia programada, esa estratagema que consiste en diseñar un producto acortando deliberadamente su vida útil, bien sea introduciendo una pieza frágil o una parada programada, lo que provoca que la impresora o el ordenador dejen de funcionar sin motivo, y que sea más barato comprar uno nuevo. Tras esta realidad molesta y engañosa, se encuentran decisiones políticas y empresariales tomadas en el último siglo que han propiciado un cambio radical en nuestros hábitos de consumo con desastrosas consecuencias medioambientales.
Todo comenzó en pro de la riqueza y la generación de mano de obra. Como explica el excelente documental “Comprar, tirar, comprar” dirigido por Cosima Dannoritzer y coproducido por Televisión Española, la reducción deliberada de la vida de un producto para incrementar su consumo fue parte de una estrategia empresarial del siglo pasado apoyada por los gobiernos para acelerar la economía y el crecimiento: La empresa Dupont decidió dejar de fabricar medias irrompibles en los años 40 para diseñarlas más frágiles, y la bombilla diseñada en 1981 por una empresa de Alemania del Este que no se apagaba nunca… se dejó de fabricar. Las bombillas han pasado de durar 100 años a tan sólo mil horas. Para Juan Pérez Ventura, geógrafo y autor de la web ‘El Orden Mundial en el S.XXI’, “un objeto que no se estropee y que tenga una vida de decenas de años va en contra del principio básico del capitalismo: no es rentable. La empresa que vendiera esas bombillas ganaría mucho dinero durante unos meses, quizás durante un año, y vendería posiblemente todas. Pero una vez vendidas, pasarían décadas hasta que la gente tuviera que volver a comprarlas”.
Fue en los años 50 cuando se sentaron las bases del consumo actual, gracias a herramientas como el diseño, el marketing y la publicidad, que nos vendieron el deseo de comprar, la base de nuestra economía. Juan Pérez sostiene que “en una sociedad consumista como la actual es muy complicado ser ajeno a la corriente mayoritaria… Somos animales sociales y lo que ocurre a nuestro alrededor nos influye enormemente”. Si para las generaciones anteriores la obsolescencia programa era un término casi inexistente (las neveras o el horno de nuestras abuelas no tenían fecha de caducidad, igual que el traje del abuelo, su reloj o la radio), hoy día, las estadísticas señalan que cambiamos de móvil cada 18 meses, una pantalla de plasma se deteriora a los seis años y un frigorífico entorno a los diez. El crecimiento de las clases medias y la evolución de la tecnología produjeron productos más fiables pero también más baratos. Comprar artículos a bajo coste supuso materiales menos robustos, calidades más ajustadas… y la obsolescencia programada.
El profesor de Marketing de ESIC Jesús Oliver lo enclava en el signo de los tiempos “quizás, marcas y fabricantes únicamente han adoptado un modelo temporal y efímero en sus productos, contagiados por la transformación integral de la sociedad en ese sentido. El trabajo, la pareja, el lugar de residencia, nada es como antaño, donde la perdurabilidad y la certidumbre lo empapaban prácticamente todo. Probablemente, marcas como efimeroforever, transmiten a la perfección esa sensación que la gran mayoría tenemos al iniciar un proyecto, comprar un producto o disfrutar de un servicio; la sensación de temporalidad, de fugacidad. Ante este fenómeno podemos adaptarnos y sacar partido ( “Pop up stores”, marcas temporales…) o luchar en contra, como la plataforma SOP ( Sin Obsolescencia Programada) y LOP ( Libre de Obsolescencia Programada) de “OEP Electrics”, o mediante proyectos que animan a reparar productos para prolongar la vida útil de los mismos, como “Platform21” o “iFixit”.
Lo cierto es que conceptos como sostenibilidad, eficiencia, ecología e innovación no existían en los años dorados de la era industrial. Lo que comenzó como un factor de desarrollo se ha convertido en un problema de conciencia: ¿por qué no continuar con un producto que dura toda la vida aunque el mercado lance uno mejor? ¿Es ético usar y tirar, aunque el producto siga siendo útil? Quizá la crisis nos haya hecho replantearnos tanta frivolidad. Es ahora cuando los grupos ecologistas y las asociaciones de consumidores alzan la voz de alarma: los recursos naturales no son infinitos como tampoco lo es la capacidad de reciclaje o de almacenamiento de desechos. Un ejemplo dramático es el envío de residuos como material de segunda mano, en su mayoría productos informáticos, desde los países ricos a los necesitados, donde – como el caso denunciado de Ghana – se crean grandes basureros contaminantes.
Con todo, surgen en el mercado nuevos productos menos perecederos. Un caso es la empresa española Prilux, sin miedo a lanzar luminarias con tecnologías de larga duración, sobre las que comenta su director de desarrollo de negocio Antonio Viñuela “El paso de la tecnología analógica (iluminación tradicional) a la era digital del LED rompe radicalmente las barreras del fin de vida de los productos de iluminación. Hemos pasado de fabricar fuentes de luz con una vida media de 10.000h (por ejemplo bombillas de bajo consumo) a una vida útil de 50.000h.”
La obsolescencia programada fue condenada por el Senado belga en 2012; la Comisión Europea votó en contra de su práctica en octubre de 2013 y Francia ha presentado recientemente una proposición de ley que contempla exigir a los fabricantes que pongan a disposición de los consumidores las piezas para el mantenimiento de los productos durante al menos 10 años. Cierto que estas leyes ayudarían a no dejar por muertos infinidad de equipos, pero también obliga a los fabricantes a no producir desenfrenadamente o se verán obligados a acumular y almacenar infinidad de piezas de repuesto por largos periodos de tiempo.
La situación en España es diferente, apunta Carlos Gómez, director general de Toshiba Calefacción & Aire Acondicionado, “En España el Real Decreto Legislativo 1/2007 en su artículo 127-1 establece que las piezas de repuesto deben de estar disponibles durante el plazo mínimo de cinco años a partir de la fecha en que el producto deja de fabricarse, cuando la vida útil de los productos es muy superior al plazo previsto por esta ley para protegerlos, en muchos casos superior a 20 años. Respecto de la obsolescencia hemos de tener en cuenta que la población mundial pasará de 7.000 millones de personas en 2011 a 9.300 millones en 2050 con un aumento del 50% del consumo de energía. Los productos actuales, independientemente de su vida útil quedarán obsoletos ante nuevos productos que consumirán la mitad de la energía para poder respetar los recursos naturales y atender a una población creciente que quiere y tiene derecho a mejorar su calidad de vida”.
Para Carlos Gómez la obsolescencia es un fenómeno generado por la innovación continua: “no somos una especie tan avanzada como para no ser capaces de hacer las cosas mañana mejor de lo que las podemos hacer hoy. Un producto no es obsoleto porque deje de funcionar, es obsoleto porque hay otros productos que lo sustituyen y hacen mejor lo mismo. El usuario es libre de seguir utilizando productos obsoletos, no van a dejar de funcionar, pero tampoco van a ser inmunes al paso del tiempo, el rozamiento mecánico y la disipación de calor son hechos físicos que afectan a todos los motores y circuitos eléctricos, es física elemental, el desgaste de los mecanismos sucede sin necesidad de que haya mentes perversas que lo programen.”
Habrá que encontrar soluciones ante las consecuencias de tanto consumo. Corrientes de pensamiento como Decrecimiento, abogan por reducir la producción descontrolada de los países industrializados en favor de un mayor equilibrio entre el ser humano y la naturaleza. La filosofía del Vivir mejor con menos implica un cambio de mentalidad radical y una reorientación de la producción hacia un sistema basado en conceptos como eficiencia, cooperación, autoproducción (e intercambio), durabilidad y sobriedad. Lo cierto es que sin obsolescencia programada podremos seguir desayunando con nuestro viejo tostador, aunque no salte la tostada, y decidir –nosotros, no el fabricante- si queremos sustituirlo o no por uno que nos dé los “¡buenos días!”.