Descubrimos Salamanca a los mandos del nuevo Opel Astra
La capital universitaria por antonomasia, pasamos una jornada exquisita visitando todos los rincones de Salamanca a los mandos del nuevo Opel Astra.
“Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron.”. Michel de Montaigne
Escapadas
En el que fuera el primer país del mundo declarado ateo hoy se escucha a los muecines llamando a la oración y a los sacerdotes repicando las campanas de iglesias ortodoxas y católicas. Pero el milagro no es ese, sino haber sobrevivido a los 41 años de dictadura estalinista de Enver Hoxha con una sonrisa y los brazos abiertos al turismo.
Albania es un hermoso país con una historia desgraciada que se sacude de encima a toda prisa. El característico gris del comunismo apenas asoma ya bajo las capas de pintura de las fachadas de sus ciudades. Los impresionantes bosques de hayas y robles van tapando poco a poco los miles de búnkeres de cemento sembrados por todas partes.
Enver Hoxha cerró su país al mundo exterior, no permitió que nadie entrara ni saliera, ni siquiera que se desplazara por su propio territorio. Aunque él solo se bastaba para dar miedo, atemorizó a su pueblo con una supuesta invasión que podía llegar en cualquier momento, de Grecia, de Italia…, quién sabe. El mundo estaba lleno de enemigos del comunismo. Por eso cada familia tenía su búnker. Y él más. Los más grandes, los más laberínticos, los más profundos para poder protegerse a sí mismo y a sus afines, y para poder torturar a quienes fueran sospechoso o pudieran llegar a serlo, antes de enviarlos a un campo de reeducación o al otro barrio. En ese régimen del espanto un tercio de la población llegó a ser espiada. Por si acaso.
Hoy esos búnkeres perviven por todas partes. Dos de ellos, con sus galerías del horror, son visitables. Da mal rollo, pero hay que verlos para saber cómo vivieron los albaneses durante su largo aislamiento. Fueron muchos los años en que cada vez que renovábamos el pasaporte se nos advertía «válido para todos los países del mundo excepto Albania» y otros cuantos. Albania, con esa capital de nombre poco tranquilizador en nuestro idioma, el primero de la lista, el más cercano y enigmático.
Tirana ha florecido como una alegre capital llena de terrazas donde la gente conversa animadamente delante de un café o de sus ricas cervezas locales. Se respira libertad.
El centro se agrupa en torno a la plaza de Skanderbeg, el héroe nacional que vivió en el siglo XV. Es un espacio hermoso, con el museo de historia, el palacio de cultura, la mezquita de Ethem Bey, la torre del reloj…Y de ahí parten un montón de calles peatonales y bulevares que recorren una ciudad con tráfico y contaminación, pero también con parques frondosos y tranquilos. No todo es malo en el comunismo: una ventaja es el trazado de anchas avenidas y grandes plazas.
Hay mucho que ver en Tirana y bastante para disfrutar. Un par de días o tres no se los quita nadie. Luego se puede elegir entre recorrer su impresionante oferta de parques naturales, lagos y ríos; visitar yacimientos griegos, romanos y lugares patrimonio de la Humanidad; pasar unos días dedicados a la molicie en sus playas de arena fina… O mejor, claro, todo junto.
Los antepasados remotos de los albaneses fueron los ilirios, y todavía subsisten numerosos restos de siglos anteriores a nuestra era. Luego los conquistaron los romanos, que también dejaron huella. Y después llegaron los bizantinos. Pero los más visibles son todavía los turcos, que estuvieron en Albania desde el siglo XV hasta 1912, glorioso año de su independencia. Pese al furor que puso Enver Hoxha en destruir mezquitas e iglesias, se han conservado algunas de especial valor histórico.
Pervive también un lugar que corta la respiración por su belleza: Butrint, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1992. La zona, habitada desde la prehistoria, colonia griega, ciudad romana, enclave bizantino y conquista veneciana, es un sitio arqueológico con restos de todas las épocas, a cual más hermoso, los más antiguos del siglo IV a. de C., y entre ellos emociona una puerta en muros ciclópeos con un león devorando a un toro.
Butrint está en un enclave impresionante, junto a dos lagos que se atraviesan mediante una plataforma tirada por cables, fiable hasta que se demuestre lo contrario, a orillas del mar, con marismas dulces y saladas, rodeado de bosques y plantas, peces y aves que hacen bien en elegir este lugar. De frente queda Corfú, la isla de sus vecinos griegos. De aquí parte esa línea inventada que divide el Adriático y el Jónico, que no son más que dos trozos del mismo mar Mediterráneo que nos une. Si uno no pudiera ver más que un lugar en Albania, debería ser Butrint.
No es el único yacimiento soberbio. Está también Apolonia, una ciudad fundada en el siglo VI a. de C., con restos visibles y muchos otros por descubrir. Pese a su importancia, aún no está reconocida por la Unesco. Por eso aquí reina el verdadero espíritu albanés, con restaurantes en el interior de las ruinas, gente haciendo pícnic en el odeón y muchachos en moto por los restos del gymnasium. Al lado, una iglesia bizantina del siglo XIII con delicados frescos.
Hay más arqueología, Margellic, Amantia, Antigone… y Orikum, un curioso lugar al que no es fácil acceder, cercado por una base militar y antiguamente centro de vacaciones de la nomenklatura, con restos de sus grises casas junto a un yacimiento de los siglos VII al VI a. de C., una naturaleza hermosa alrededor, colinas verdes, un lago tranquilo y las playas del mar Adriático en la península de Karaburun, todavía no sometida al turismo.
La visita necesaria es a la ciudad de Gjirokastër, otro lugar patrimonio de la Humanidad. Sus casas, encaramadas en las montañas, levantadas sobre incómodas calles empedradas, son típicas otomanas de los siglos XVIII y XIX. Aquí nació Enver Hoxha, y el hogar de su infancia es hoy el museo etnográfico. Hay otras casas visitables, como la del escritor Ismail Kadarë, al que le dimos el premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2009. Por encima de todas las cuestas, la ciudadela imponente.
Berat es otra ciudad que el turista no puede perderse, la más antigua de Albania, colgada en dos laderas sobre el río Osum. La Unesco declaró su casco histórico Patrimonio de la Humanidad. La que llaman de las mil ventanas tiene su ciudadela poblada de mezquitas e iglesias, a cuál más antigua.
Tirana es también una ciudad hermosa, pero en Albania hay unas cuantas feotas, por las que se podría pasar de largo si no fuera porque aquí abundan los castillos, algunos magníficos como el de Lezhë, que da gusto recorrer y pararse a imaginar entre sus murallas; o porque hay sorpresas, como en la caótica Durrës, con un anfiteatro romano, restos de un foro y unas termas…
Otra parada obligada para los amantes de las piedras es Krujë con su bazar turco, el recinto amurallado, un museo etnográfico y otro prescindible para los no fans, dedicado, cómo no, a ensalzar a Skanderbeg.
Shkodër, en el norte, tiene un centro peatonal animado y calles silenciosas gracias a que el lema de la ciudad es «un habitante, una bici». Los ciclistas de todas las edades, sexo y condición, circulan con la habitual anarquía albanesa, en un relajado tête à tête, o sea, charlando de bici a bici. No hay que perderse su mezquita de plomo, difícil de encontrar, espléndida.
En esta ciudad está el lago del mismo nombre, una propiedad a medias con Montenegro, su vecino del norte. Es un lugar de diversidad medioambiental con hábitats únicos de marismas, aguas dulces y saladas, donde viven especies vegetales y animales en abundancia, y también plásticos.
La naturaleza es espectacular en Albania. El régimen comunista la protegió mediante la declaración de parques naturales que han permitido preservar la fauna y la flora en sus ecosistemas únicos. Hay parques de difícil acceso, sin ninguna infraestructura y sin pueblos próximos. Apenas existen los caminos señalizados; una pena, porque son lugares soñados por montañeros y caminantes. Aunque siempre se puede contratar a un guía local.
Los parques naturales del valle de Valbona y de Shebenik-Jabllanica están protegidos por la Unesco. Albania es uno de los 12 países que conservan hayedos primarios de los Cárpatos, declarados como Bien Natural por la Unesco. Además de sus árboles únicos tienen linces, lobos, osos. En las zonas de montaña abundan los abetos, pinos, hayas y robles. La altura media de sus montañas es de más de mil metros, y algunas llegan hasta los 2700.
Un monte que se puede visitar sin despeinarse el Dajti, muy cerca de Tirana, de 1600 metros de altitud, al que se sube en teleférico.
En Albania no escasea el agua. Es un país verde, con ríos, fuentes y manantiales, gargantas, saltos de agua y zonas lacustres, charcas dulces y saladas, que reúnen a muchas aves de paso, zancudas, tortugas, peces… Un paraíso.
Albania tiene más de 300 km de costa y muy buenas playas. También inmensos lagos turísticos, como el de Pogradec. Dado que el turismo de tumbona y sombrilla gusta mucho, el país está invirtiendo en crear lo que llaman la Riviera albanesa, con edificios tan desagradables como los que podemos encontrar en el litoral español. Pero materia prima no le falta: tiene buena arena, mar templado y un alto porcentaje de días de sol garantizados.
Este país es pobre, lo que significa que también en el asunto playero, como en otros, necesita inversión.
Albania es algo más pequeña que Galicia, pero muy difícil de recorrer. Un tercio del país son montañas y no hay comunicación rápida entre puntos que parecen estar a tiro de piedra en el mapa. Las carreteras de montaña son muchas, aunque en general no tan malas como dicen por ahí. Albania se moderniza a toda prisa y existen bastantes tramos de autovía, incluso algunos que ya no están en obras, para unir las principales ciudades. El problema es que pasan por todos los núcleos urbanos y las personas no saben que no debe cruzar una autopista, ni tampoco las vacas, las ovejas… Así que una distancia de 100 km que el viajero imaginaba hacer en una hora, se convierte en dos horas y media o más. Google Maps no miente en sus estimaciones.
La policía albanesa, como la de cualquier país, tiene querencia por colocar radares en las rectas y multar a todo el que se pasa de velocidad, que viene a ser cualquiera. El parque móvil albanés está compuesto mayoritariamente por Mercedes. Es uno de los muchos enigmas de este país, y tiene explicaciones de todo tipo. Albania ha pasado del comunismo más brutal al capitalismo más salvaje, ese en el que estamos todos, pero lo ha hecho en un tiempo récord. Hace poco más de 20 años que conducen y se rigen por una única norma: todo el mundo hace lo que le da la real gana. Los coches se incorporan al tráfico sin previo aviso, nadie hace uso de los intermitentes, las bicicletas circulan en cualquier dirección, los carros y los tractores también, los vehículos cambian de sentido allí donde lo necesitan…
Capítulo aparte merecen las rotondas: el criterio es a ver quién pasa antes. Curioso, porque los albaneses son personas amables, encantadores, siempre dispuestos a ayudar al viajero… hasta que se ponen al volante.
Sin embargo, alquilar un coche es la mejor forma de conocer el país. Un territorio que, salvando la experiencia adrenalínica de la circulación, resulta tremendamente seguro. La gente deja sus móviles de alta gama sobre las mesas de las terrazas, los comercios se quedan abiertos cuando el propietario sale un momento… o dos, no hay vigilancia, ni alarmas, ni rejas. En contra de la inmerecida mala fama de los albaneses, en Albania se respira una seguridad que ya quisiéramos en países con mayor renta per cápita.
Hay que ir ya. No solo porque están dispuestos a recibir a los turistas con los brazos abiertos, sino porque es un país increíblemente barato para nosotros. Aunque no para ellos. El sueldo medio de los albaneses no supera los 400 € y las marcas de ropa o informática, que están en todo el mundo, también están allí, al mismo precio. Junto a ellas todavía perviven los mercadillos, las tiendas tradicionales, esos sitios que los viajeros llaman auténticos. La gasolina es tan cara como en cualquier parte de Europa. Pero los hoteles y restaurantes ofrecen un magnífico precio y una calidad incomparable.
La comida albanesa es mediterránea, con una cocina saludable a base de verduras (¡con sabor!), quesos, aceite de oliva, carne de cordero y vaca. No se nota que sea un país musulmán, de momento, así que también hay cerdo, buenos vinos y cervezas. Abundan los pescados frescos. Hay muchos sitios para elegir en crudo mariscos y peces y pedir que los cocinen en los restaurantes de al lado. Una parrillada para dos personas hasta hartarse con bebida, ensalada, postre en un lugar de lujo, no llega a los 15 € por persona; es normal comer bien, rico y saludable, por menos de 8 €.
La gente es muy amable, y dispuesta a charlar, aunque solo hablen en albanés. Si el turista se expresa en inglés, los albaneses se esforzarán incluso por señas, salvo que sean menores de diez años; esos albaneses sí que hablan inglés.
Al menos son necesarios diez días para hacerse una idea del país, porque la oferta es amplia y la orografía montañosa no permite ir deprisa, lo cual es también una de las ventajas de Albania.
No todo es de color de rosa en Albania. Le queda por recorrer un camino en cuanto a limpieza de sus ríos, eliminación de vertederos al aire libre, tratamiento de aguas, supresión de vertidos directos al mar… y necesita más inversión en infraestructuras.
Pero seamos benévolos con este país recién abierto al mundo, al que ojalá la Unión Europea acoja pronto en su club con un espíritu menos selecto y más solidario. Cuando el turista sienta la tentación de criticar algún aspecto en Albania, hará bien en pensar en las purgas, los campos de trabajos forzados, las torturas, la prohibición de todo —incluso de la música pop—, las ejecuciones, las vallas electrificadas… ¡hace tan solo 25 años!
El verdadero milagro de los albaneses es que hoy venden a los turistas tazas con la imagen de Enver Hoxha o pequeños bunkercitos de colores como souvenirs. Ellos son así, capaces de reírse de sí mismos y de olvidar que protagonizaron Lamerica, una de las películas más duras de soportar por cualquiera que tenga un corazón.
Para convertir este bello país en una potencia turística, los albaneses solo necesitan superar pequeñas deficiencias. Eso y un cursillo sobre cómo tomar las rotondas.
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