El hotel de Estrasburgo que no solo aman los parlamentarios
El Sofitel Grande Île, enclavado en el centro de la ciudad gala, fue el primero que la cadena de lujo abriera en el mundo.
“Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron.”. Michel de Montaigne
Hoteles
El Valle del Duero, cuna del primer vino del mundo, no sólo consiguió ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, sino también que se instalara en su cuenca el primer resort en Portugal y entonces de Europa, de la cadena estadounidense de Hoteles Six Senses en la Quinta del Vale de Abraâo, en un edificio del Siglo XIX con todas sus consecuencias.
La cadena Six Senses es conocida mundialmente por sus hoteles, 5 estrellas, ubicados en lugares estratégicos, con spa de excelente calidad. Los criterios que ya se aplicaban a otros enclaves aquí fluyeron como el agua del Duero, mansa y naturalmente entre montañas onduladas de calles de vides. La magia del Duero hace que uno se sienta en un lugar donde la naturaleza arropa los edificios y a las personas. Las aguas termales, el aire limpio que se respira, la luz, los productos del “terroir”. El hotel ofrece planes de desintoxicación, de reconexión, de descanso, de adelgazamiento y principalmente de vida saludable basada en el cuidado del cuerpo y del alma.
Para que la Quinta se convirtiera en un hotel de 50 habitaciones, se contrató al arquitecto Luís Rebelo de Andrade. Este consiguió el milagro de unir dos edificios, conservándolos, con uno discreto de vidrio, cubierto de un jardín vertical, camuflar el spa de 2.000 metros en el sótano y reorganizar los interiores de manera que además de las 50 habitaciones con vistas al valle y al Duero cupieran 5 restaurantes y una biblioteca. La idea de la biblioteca, que incluye enoteca y funciona como nexo entre los dos, ha resultado una excelente iniciativa para los cócteles de bienvenida, presentaciones varias y se ha convertido en el centro neurálgico de encuentros informales y de las actividades del hotel.
El arquitecto tuvo que conservar las fachadas de los dos edificios originarios y conseguir que no se desvaneciera su encanto y áurea al ampliarlo. Misión cumplida. En las terrazas principales de los edificios se instalan las de los 5 restaurantes cuando el tiempo lo permite, para disfrutar de las despampanantes vistas de los jardines arquitectónicamente diseñados y mantenidos de las 4 hectáreas de la finca, de la piscina con borde infinito que da al Duero, y del río y el valle.
Los restaurantes, desde el más formal, el del Vale do Abraão, a los merenderos con barbacoa al lado de la piscina, o el recientemente inaugurado vegetariano, ofrecen una cocina de autor, de época y elaborada con productos locales y de la huerta biológica propia, con un ágil y cualificado sumiller que aconseja acertadamente de entre las referencias de las que dispone, vinos, oportos y champagne. Tuvimos ocasión de probar un excelente Ventozelo D.O.C y un Vallegre, reserva especial D.O.C 2017, blanco con el pescado con verduras bio que tomamos.
Mención especial merece el desayuno en la terraza luminosa en el Duero que se sirve a partir de las 7,30 y con esa paz del silencio al amanecer, compuesto de un amplio abanico de productos de excelente calidad y variedad.
Además de aprovechar cualquier excusa para ofrecerte un vino del Duero o un oporto, como el tawny que nos sirvieron al hacer el check in, servido en las copas diseñadas por Alvaro Siza Vieira, y acompañado de frutos secos, el hotel ofrece muchas actividades.
Entre las más solicitadas se encuentran: hacer senderismo, dar paseos en barco, hacer deportes en el rio, visitar bodegas de las proximidades, catas de vinos, picnics, excursiones para subir a los árboles, yoga, pilates, meditación, sesiones ilustrativas en el laboratorio de técnicas de conservación de alimentos y plantas. Taller de cerámica y alfarería. Piscina interior y exterior, gimnasio.
En la ya citada biblioteca con sala para encuentros, hay tiendas de vinos y zonas para catas, así como de accesorios para la mesa de las marcas portuguesas Costa Nova y Bordalo Pinheiro y otra multimarca de ropa y accesorios informales en la amplia entrada al spa que da a las 15 cabinas de tratamientos en el sótano de 2.000 metros.
El público, internacional y cosmopolita, aterrizado desde otros continentes en el aeropuerto de Oporto, a 75 minutos de autopista del Hotel es principalmente americano y brasileño. Nos cuentan que hay familias de brasileños que van a conocer el pueblecito de dónde salieron sus antepasados, pero después sabiamente se alojan en el hotel, y muchos repiten la experiencia.
Las 50 habitaciones, decoradas por el estudio Clodagh de Nueva York, con influencias nórdicas e irlandesas, hacen gala de materiales naturales, nobles, honestos, locales y que envejecen con pátina, en colores del “Terroir”: castaño, color paja, crudo, burdeos, whisky de las maderas, del cuero, beige de linos, lanas, corcho. Así pues, acabamos con una sensación táctil y visual muy integrada en el entorno natural y relajante.
En las habitaciones, con vistas al Duero y al verde valle, vemos detalles muy meditados, como un cesto para llevar tus cosas al ir a las piscinas, una manta doblada en un hatillo de cuero para pic nics, una esterilla de rafia para yoga, un sobrero de paja y la cosmética en frasco grande de cerámica de Organic Pharmacy.
Así pues, constatamos que todo el hotel respira algo absolutamente intencionado que es la sostenibilidad y el respeto por el medio ambiente, lo local y por el savoir faire de antaño. La Directora de Marketing y Comunicación, Joana Van Zeller, nos cuenta que los productos que nos rodean son locales, el personal del hotel contratado en la región, han conseguido que no haya nada de plástico de cara al público, y están en vías de evitarlo totalmente en los productos que llegan a la cocina.
Al ser preguntada por el futuro del Duero, nos comenta que el Duero debiera sobrevivir gracias a la producción del vino y al turismo de calidad que lo aprecie y valore. No teme a la competencia de los grandes, considera que debieran instalarse las grandes cadenas hoteleras, y que las bodegas con casas o quintas debieran abrirse al turismo y a la hostelería asociada al vino.
El Valle del Duero en verano está precioso en color verde claro, en otoño con los colores intensos de las vides amarillos y anaranjados, pero sabiamente nos recomiendan no querer ser partícipes de la vendimia en su momento cumbre, ya que los tractores llenos de uvas bloquean la circulación a paso lento y hay un trajín que hace casi imposible circular por esas carreteritas inclinadas por las que apenas pasa un coche en una dirección.
El hotel dispone de servicio de transfer al aeropuerto.
Acepta animales de compañía.