El hotel de Estrasburgo que no solo aman los parlamentarios
El Sofitel Grande Île, enclavado en el centro de la ciudad gala, fue el primero que la cadena de lujo abriera en el mundo.
“Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron.”. Michel de Montaigne
Hoteles
Ponemos nuestra atención en una pequeña gran cadena de establecimientos hoteleros, propiedad de Michel Reybier, un emprendedor lyonés que, bajo la etiqueta La Réserve, cuenta con hoteles en París, la localidad gala de Ramatuelle y Ginebra. Además, en sus establecimientos, y solo en ellos, es posible degustar el champán que lleva el nombre de su propietario, realizado con mimo, como el que han de poner los empleados de sus hoteles con quienes los visitan, con el propósito de que disfruten de una experiencia fuera de serie. Y es que el propio Reybier señala que los huéspedes son “conocidos o desconocidos, aunque siempre reconocidos”.
Mi primer contacto con uno de sus hoteles, fue hace alrededor de una década, cuando visité el de Ginebra, un resort urbano, como lo definen, frente al lago Lemán. Fue menos de una hora, en plena época del salón de la relojería, para realizar una entrevista. He de confesar que no sentí mucha calidez por parte del personal, que se diga. Luego, al regresar años después, y esta vez pernoctando en el hotel, la cosa cambió, aunque lo noté necesitado de renovación. Si el más actual de los tres hoteles La Réserve es el de París, enclavado en un edificio del XIX que perteneciera a Pierre Cardin, y al que hemos premiado con villégiatures en diversas categorías a lo largo de estos dos últimos años, el de Ginebra, y sobre todo gran número de sus habitaciones y zonas comunes, necesitaría una reforma a fondo. Esto, obviamente, no desmerece en lo relativo a equipamiento y atenciones.
Tenían fama de ser, tanto los apartamentos de París en Trocadero, que también cuentan con la etiqueta de La Réserve, como el de la ciudad suiza, coto cerrado. Por fortuna, ya no lo son tanto, aunque esto haya ido en detrimento de la exclusividad. En todos he pernoctado, durmiendo mejor o peor, debido al estado personal. En cierta ocasión, y no hace mucho, pude disfrutar de una interminable suite en el establecimientos parisino cercano a los Campos Elíseos que, precio público, llegaba a los –agárrense– nueve mil euros la noche, y que por desgracia disfruté solo. Si hacemos cálculos, saldría a novecientos euros la hora de estancia, si tenemos en cuenta que uno llega por la tarde-noche y se va de buena mañana de una habitación. Para más de una fortuna de Oriente Medio, estaríamos hablando de pura calderilla.
El de Ramatuelle, de diseño un tanto escandinavo, es otra historia. Obra del afamado arquitecto Jean-Michel Wilmotte, de lo más confidencial, resguardado en un oasis de paz y al abrigo de cualquiera que quisiera inoportunar a aquellos que optaron por este paradisiaco hotel, regala vistas al mar. Una de las veces que allí estuve, fue para la presentación de la alta joyería de una reputada marca francesa: de impacto en este impactante enclave, que cuenta también con villas. Lagerfeld alquila la más imponente todo el año, aunque viene en contadísimas ocasiones…
¿Qué destacaría de cada uno de ellos? Del de París, la atención de sus empleados; del de Ramatuelle, aparte de su diseño y vistas, el SPA, y del de Ginebra, su piscina exterior, donde me siento, y nunca mejor dicho, como pez en el agua. Confieso que me bañé en todas las de esta minicadena de alto standing, decantándome por las exteriores, con el buen tiempo. Excelencia, autenticidad y simplicidad son tres términos en los que Michel Reybier pone énfasis, un hombre que cuenta con la ventaja de presidir un pequeño grupo, siempre más fáciles de controlar y sobre todo de visitar, que los grandes. Y es que el lujo, cuanto más pequeño y mejor hecho, más lujo.