Después de la tormenta, aguardando la salvación
“La Franciade” de Philippe Goislard es una obra escrita en francés guiada por la religión y el patriotismo.
“Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron.”. Michel de Montaigne
L de Libros
Les presentó un amigo al salir de un concierto en el Circolo Artistico de Roma, el 2 de abril de 1887: Elvira Natalia Leoni, de soltera Fraternalli, mujer culta que había estudiado canto y piano en el Conservatorio de Milán, asistiría por gusto. Gabriele d’Annunzio, cronista social de varios periódicos romanos, pudo ir por sus obligaciones laborales o aprovechar éstas para volver a verla, algo que intentaba denodadamente desde que la sorprendiera mirando un escaparate de Via del Babuino, donde quedó prendado de ella.
Tenía veinticinco años y era sólo unos meses mayor que d’Annunzio, aunque él se empeñara en elevarla a la condición de vieille maîtresse que tanto encendía su deseo. A los veintidós había dejado sus estudios en el Conservatorio para casarse con el Conde Ercole Leoni, empresario boloñés sin condado ni dinero, pero con renombre: de ahí las presiones de la familia Fraternalli para que se celebrara el matrimonio. Cuando conoció a Gabriele Elvira había abandonado el domicilio conyugal para regresar a la casa paterna aprovechando una convalecencia. El supuesto conde era violento, desconsiderado y gran frecuentador de ambientes perniciosos: ella, «sofferente» y desdichada, bella, morena, de ojos negros y tez pálida, alta, delgada y enfermiza, reunía todos los requisitos para convertirse en musa del poeta, que la bautizó Barbara, o Barbarella.
Amor apasionado
Muchos sostienen que D’Annunzio se enamoró de verdad; según Roncoroni, «con un amor apasionado y exclusivo que fue también un amor de los sentidos y un amor cerebral que vivió con actitud egoísta (…) un amor intenso en lo bueno y en lo malo».
D’Annunzio se había casado con Maria Hardouin di Gallese en julio de 1883. Cuando conoció a Elvira Leoni su mujer estaba ya esperando el tercer hijo del matrimonio y él había tenido otras amantes: se rumorea que en la luna de miel fue infiel a su esposa con una noble inglesa, pero su relación con Olga Ossani -reportera de Capitan Fracassa– era vox populi. Se decía también que él no era el primer amante de Elvira. Lo cierto es que ambos estaban encerrados en un matrimonio infeliz y en una vida donde no cabía el romance.
Entre 1887 y 1891, época de la relación entre d’Annunzio y la Leoni, comenzó la creación del hombre, del literato y del mito: el joven poeta, que habría triunfado en Roma y se estaba a dando a conocer como cronista mientras perseguía el sueño de escribir su «obra maestra», no sabía aún lo que era sufrir el acoso de los acreedores ni lo que podía hacer para esquivar situaciones incómodas. En aquellos años surgió el amante infiel, el deudor irredento, el hombre aprovechado, egoísta y de corazón duro; se fraguó el adicto al opio que no tendría inconveniente en pasar a otras experiencias más arriesgadas, como las del final de su vida en Fiume y Il Vittoriale.
Pasar los límites
Contra lo que él mismo se empeña en demostrar, en el año de su servicio militar germinó el patriota, el líder de masas que iba a animar a los italianos a entrar en una guerra inútil, el ideólogo del fascismo. Comenzó a existir el hombre sexualmente insatisfecho que quiso probarlo todo y pasar todos los límites.
Entre 1887 y 1891, aparte de este epistolario de amor a Barbara Leoni, el «más hermoso de todos los tiempos escrito en lengua italiana» (la frase, ya universal, es del crítico Luigi Trompeo) escribió El placer, El inocente y Triunfo de la muerte que son, sin contar El fuego, sus obras en prosa más grandes, y las Elegías Romanas, La Chimera y el Poema Paradisíaco, entre otras obras en verso. «La bella romana» no sólo participó del nacimiento del d’Annunzio humano tal y como le conocemos: también del escritor, italiano universal, que reelaboró con originalidad los grandes modelos literarios de la época, italianos (como Carducci) o extranjeros (Flaubert, Zola y Maupassant). En sus primeras cartas d’Annunzio cuenta a Barbara sus sensaciones con la escritura y con la creación, su persecución de la «obra maestra», y manifiesta repetidamente que tiene la impresión de estar buscando todavía su propia voz.
Si nos atenemos a sus relaciones amorosas puede decirse que Eleonora Duse, actriz ya célebre cuando se conocieron, le hizo universal y le consolidó como mito de la literatura italiana; pero fue Barbara quien lo creó tal como ha llegado hasta nosotros, o quien le acompañó mientras él sufría esa metamorfosis en la que su papel es indiscutible.
____________________________________________
*Amelia Pérez de Villar es escritora y traductora. Es autora del ensayo biográfico ‘Dickens enamorado’ y de la novela ‘El pulso de la desmesura’, ambas publicadas por Fórcola
_________________________________
Más información sobre libros:
L Librerías independientes
______________________________