Más libros para estos días extraños
Nos ha sucedido en los últimos tiempos: disminuimos o dejamos directamente de leer como antes. Quizá esta crisis nos haga recuperar viejos (y saludables) hábitos
“Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron.”. Michel de Montaigne
L de Libros
Ya en la primera página, frente a la desembocadura del Tajo, donde Edmundo Galeano está intentando escribir con su mano mutilada sobre un papel corriente, Estuario anuncia una historia de gran calado. Por ella irá buceando el lector sin apenas tiempo de salir a coger aire: las aguas profundas del río le mecen con ritmo cadencioso y le llevan y traen entre silencios y ausencias del horror de un campo de refugiados en el cuerno de África, donde Edmundo perdió parte de la mano, hasta la casa familiar del Largo do Corpo Santo, en Lisboa, donde los hermanos Galeano buscan protección tras sus naufragios vitales. Bastan las primeras y magistrales treinta páginas de Estuario (editada por la editorial La Umbría y la Solana), para caer en el deslumbramiento ante una narración inundada de humanidad y hermosura, impregnada de una atmósfera delicada y frágil y un tono íntimo, sobrecogido y, a veces, sobreentendido.
En breves palabras, la novela cuenta el lento y callado derrumbe de la familia Galeano, mientras a su alrededor la catástrofe medioambiental parece acechar a la humanidad. Edmundo ha vislumbrado el fin de la Tierra en la ciudad africana de Dabaad, y siente la urgencia de escribir un libro para intentar salvar el mundo. Mira el río y ya no ve solo la superficie, lisa como un lago, sino que al fondo “la corriente invisible arrastraba cáscaras, zapatos, ratones, aceites, heces, orines, pedazos de neumáticos, dientes humanos…”. Por las profundidades de la trama de Estuario también se desliza un torrente sigiloso de mitos, símbolos, alegorías… que inyectan en la historia principal imágenes y reflexiones bellísimas: David, el niño-deslumbramiento, que escucha a las ballenas cantoras y cuyo rostro es igual que la cara del gran amor de su madre, que no es su padre biológico; las apariciones del caballo Inmortal, la gran pasión de Sílvio Galeano; las aguas y el horizonte del estuario de Lisboa; la gran bola azul que acompaña a Edmundo; las habitaciones y la biblioteca de la casa; los versos de la Oda marítima de Pessoa y de la Ilíada…
Lídia Jorge, nacida en un pequeño pueblo del Algarve en 1946, pasó por Madrid para presentar Estuario y charlar a media voz y sin prisa sobre literatura («el arte más difícil…, donde está toda la enciclopedia de la vida»), sobre el mito (y realidad) de sus historias, de sus personajes… Confesó la misma necesidad de escribir que su protagonista: “Escribo porque tengo una demanda interior, una urgencia de contar algo. Estuario también trata de la urgencia del libro; muchos escritores sentimos que el libro es un símbolo de una forma de humanidad que está cambiando en otra cosa y sentimos terror”.
Para la escritora premiada con numerosos galardones europeos (el Jean Monet de Literatura Europea, el Albatroz de la Fundación Günter Grass, el Premio de la Latinidad de la Unión Latina…), esta novela tiene dos puertas. Por un lado, la poética, simbolizada por Edmundo, el escritor herido que representa a todos los artistas: “Nunca he encontrado un gran artista que no haya tenido en su biografía una gran pérdida”. Por otro lado, “yo siempre tengo una mirada social y el libro también trata del silencio social de los portugueses, nuestra forma de ser callada y circunspecta, tan diferente de los españoles, que en última instancia ha permitido que el Estado nos haya abandonado, al igual que ocurre con la familia protagonista de Estuario, para la que llega un momento en que el Estado no tiene respuestas y a la que deja caer.