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“Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron.”. Michel de Montaigne


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Terapeuta gestáltica y rogeriana y especialista en el acompañamiento de procesos de pérdidaPaloma Rosado y el cuidado del espacio interior

Seguridad, no juicio, empatía, aceptación incondicional, honestidad, redescubrimiento de las propias capacidades, escucha a uno mismo… Eso es lo que se respira en sus sesiones terapéuticas.

Paloma Rosado sostiene que no hace falta estar enfermo para ir al psicólogo y que en la sociedad del siglo XXI todos necesitamos un espacio terapéutico en algún momento. Al menos, los que vivimos en grandes ciudades y con contacto escaso con la naturaleza.

Amante de las distancias cortas y los silencios largos, Paloma Rosado parece haber hilvanando su vida al punto de los acontecimientos no controlables que la han marcado. Cuando trabajaba como periodista –especialmente interesada en la investigación de los procesos psicológicos y las neurociencias-, enviudó. Tenía 32 años y estaba embarazada de 3 meses. ‘Atravesó el desierto’ y descubrió un nuevo anhelo: acompañar a mujeres jóvenes y niños que transitaran por una experiencia de duelo similar a la suya. Y lo hizo y contó con el apoyo “de una familia reconstituida que todos experienciamos como muy valiosa, porque creo que los duelos y separaciones que hemos vivido cada uno de los cuatro nos han ayudado a apreciar lo que ahora compartimos”. Llegó la publicación de un libro (La revolución de la fraternidad. Ed. Destino), la organización de talleres, un segundo libro en camino y un cáncer de mama “que -¡cómo no!- traía nuevas propuestas de aprendizaje y desprendimiento… pero, no creas que ya las he logrado, aún estoy en ello (se ríe)”.

Nos encontramos en un día de lluvia y atascos y yo llego tarde y muy agitado, quizás demasiado, pidiendo disculpas y quejándome de la ciudad.

¡Es que esto es un estrés!
Um… Una psicoterapeuta amiga me contó que cuando se fue a vivir a San Francisco le sorprendió muchísimo que en su entorno todo el mundo tenía un ‘psicoterapeuta de cabecera’ al igual que aquí tenemos un médico de cabecera, era lo normal. Para mí, en ese gesto subyace el cuidado del propio mundo interno (emociones, cogniciones, deseos, comportamientos…) desde la aparición de los primeros síntomas de malestar. Y ese espíritu es el que creo importante promulgar, aunque no siempre es imprescindible ir al terapeuta.

¿Y cómo lo podemos hacer?
Cuidando el espacio interior que nos define a cada uno. Y cuidarlo significa dedicarle tiempo y algunos recursos, algo que no se improvisa en este estilo de vida urbano y absorbente que llevamos. Si te sientes triste, date un espacio para encontrarte en la pérdida; si vives enfadado destapa la ofensa en la que te quedaste ‘enganchado’ y continúa tu camino….  Si tu cuerpo te dice que algo no va bien, para y escúchate. Unas veces es suficiente con salir al campo y caminar o con abrir un libro inspirador. Otras el aumento del bienestar llega exponiéndose a un espacio terapéutico, como el humanista.

¿Y qué define a un espacio terapéutico así?
Un vínculo sanador. En ese espacio lo realmente importante no es lo que dice el terapeuta a su cliente sino lo que se dice éste a sí mismo. Y ese encuentro desnudo y honesto con uno mismo es posible porque el cliente siente seguridad ante el terapeuta, puede ser él mismo, tiene la certeza de que no le van a juzgar y de que se le va a escuchar con empatía y aceptación incondicional.

Yo no sé mucho de terapias pero me suena diferente a otros enfoques
Sí es diferente a pesar de no ser un enfoque demasiado nuevo. La terapia humanista (gestáltica, rogeriana y otras) nació en los años 60 y es fascinante su mirada afectuosa y validante sobre el ser humano. Mi empeño ha sido tratar de formarme con aquellos que bebieron de las fuentes originales o con quienes las introdujeron en España, los pioneros.

¿Y qué descubriste?
Que el proceso de sanación o de crecimiento interior no necesita de herramientas sofisticadas o complejas. El terapeuta humanista crea un encuentro basado en la estima honesta, una mirada profundamente dignificante y un contexto que el cliente debe sentir tan seguro como para poder encontrarse con sus partes menos integradas. Porque como Rogers decía en este ‘líquido amniótico de seguridad’ el cliente puede quitarse las máscaras y encontrarse con su globalidad y unificarse.

¿Tenemos que unificarnos?
Vivimos escindidos. Por un lado desempeñamos los roles que se nos proponen o hemos elegido en algún momento y por otro anhelamos sentirnos más auténticos, más genuinos en relación a nuestro mundo interno. Esa es una constante explícita o implícita en todos mis clientes.

¿Has hablado ya varias veces de clientes y no de pacientes?
Sí porque hablar de pacientes es poner el acento en la parte enferma de la persona, y, entre tú y yo, yo te diría que complemente sanos, al 100%, no estamos ninguno. Hablar del cliente, aunque no es un término redondo, evita esa identificación. En la terapia humanista se pone especialmente el foco en la parte sana del individuo, sus herramientas, valores, fortalezas, lo que ha aprendido de sus pérdidas… todo eso le empuja, aunque no sea consciente de ello, hacia la autorrealización y la evolución vital.

¿Hacia un final feliz?
No sé si la palabra feliz significa lo mismo para mí que para ti, pero sí hacia la búsqueda de sentido y de un bienestar que se asienta tanto en el amor como en la autonomía. Pero ¡ojo! eso no implica ausencia de frustración.

Así que no garantizas que se elimine el sufrimiento ¿no?
Bueno creo que hay que diferenciar sufrimiento y dolor. Perls decía que “sin frustración no hay necesidad”, es decir sin revés no hay motivo para activar nuestros recursos y actuar. Porque la comodidad no nos motiva demasiado y, en contraste, la incomodidad y la frustración sí nos empujan a buscar cambios y avanzar.

Veo el sentido pero no sé si eso lo hace más apetecible
Posiblemente no, pero es uno de los procesos misteriosos de la vida. Y por otro lado yo creo que hay que distinguir el sufrimiento del dolor. El dolor es el sentimiento natural y adaptativo que surge ante una situación objetivamente lastimosa como la de las personas que acompaño en su duelo por la muerte de alguien amado, el final de una relación preciada… Sin embargo el sufrimiento se define por ser un daño autoinfringido. Me refiero a la persona que vive en queja permanente por aquello que pasó o a quien no ceja de compararse con otros y maldecir su suerte.

Conozco a más de uno así
Hay personas que se instalan en esa actitud sufridora porque la han aprendido en casa y no saben cómo salir de ahí. No es sencillo porque, entre otras razones hay que estar dispuesto a perder los privilegios que reporta semejante posición. ¡Claro que hay que llorar y enfadarse ante un diagnóstico de cáncer! Pero no conviene instalarse en el rol de sufridor porque se pierde mucha energía y no se crece, que es el objetivo de esta vida.

No sé si quiero crecer…
Bueno, me atrevería a decirte que a ese nivel no importa lo que uno quiera, la Vida parece que tiene sus planes y lo que nosotros podemos hacer es dotar de sentido a lo que nos acontece y maniobrar en lo que podamos. Aceptar libera…¡y mucho! Pero vamos, te hablo como aprendiz.

Contacto:

www.palomarosado.com

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